Hay una idea generalizada e instalada de que la meritocracia justifica la injusticia, es decir, a la desigualdad social de una manera sutil y erradica la mediocridad en las escuelas. Cada uno merece la posición en la que está en función de sus méritos y esfuerzo. Ahora bien, ¿Quién decide qué merece cada uno? ¿Cuáles son los criterios de selección?
Supongamos que la carrera docente empieza a desarrollarse y organizarse en base a criterios de meritocracia, ¿Cómo medir los méritos y el esfuerzo? En la práctica, sólo se puede seleccionar a “los más aptos” a partir de señales imperfectas de talento: evaluaciones estandarizadas, certificaciones académicas, observaciones, entrevistas. Y sólo se los puede compensar a partir de los resultados, es decir, la productividad. Probablemente, estos resultados coincidan con el esfuerzo, pero puede haber variables que hagan que dos docentes con iguales talento y esfuerzo obtengan diferentes resultados, por ende, ganen diferentes salarios. Dentro de esas variables están: condiciones de trabajo en las instituciones, nivel socioeconómico y educativo de los alumnos y familiares, infraestructura familiar, apoyo y motivación en el hogar, entre otras.
Analicemos la siguiente situación: un docente con 30 alumnos, algunos de ellos llegan a clase sin las necesidades básicas cubiertas como por ejemplo la alimentación, unos pocos padecen adicciones, otros sufren la incertidumbre de una familia sin ingresos o trabajos precarizados. ¿Qué tipo de resultados son esperables de un docente en un aula en tensión constante por la violencia que se desata y sin recursos humanos y económicos de apoyo?
Seguramente, no serán los mismos que los de un docente cuyos alumnos tienen la “vida resuelta”. No hay talento ni esfuerzo suficientes para revertir esta cruda realidad por la que atraviesan los docentes argentinos en muchas instituciones, simplemente porque las personas en una sociedad capitalista no tienen las mismas posibilidades. Acordamos con la frase Sartriana: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.”
Consideramos válido que cada quien bucee en sus adentros en búsqueda de recursos genuinos que lo ayuden a superar ese ser que absorbió un entorno sociopolítico condicionante, pero somos conscientes que para hacerlo se necesita de un bagaje de herramientas que difícilmente puedan lograr sin políticas sociales que acompañen y respalden. La meritocracia no puede reducir ni eliminar la desigualdad ni la mediocridad. Sólo es útil a la hora de legitimar a quienes ocupan posiciones de privilegio y responsabiliza a aquellos que no llegaron por sus escasos talentos y/o esfuerzo no suficientes. Quien logra desarrollarse profesionalmente, llegó por su mérito sin importar si su entorno familiar fue favorable o no, nos referimos a si pudo o no otorgarle las condiciones necesarias. Quien no lo logra o pierde el empleo es responsable por ello. No hay que analizar el contexto. “Vos seguí haciendo mérito, que no te importe la suerte de tu compañero.”, susurra la voz pro meritocracia. Así comenzamos a ver al otro como alguien con quien debemos competir. Así potenciamos el individualismo y, de esa manera, empezamos a retroceder en derechos. Graficamos con un ejemplo: Cuando nos graduamos, nos inscribimos a suplencias. Producida una vacante, nos llaman –por escalafón según el número de orden que nos corresponde por título y antigüedad, básicamente. Ese “escalafón”-una de las conquistas docentes- permite que se nos garantice el acceso a los cargos u horas de manera objetiva, gozar de cierta “estabilidad laboral” y, también, el derecho a reclamo en caso de arbitrariedades. Si la cuestión de la vacante se definiera según criterios meritocráticos, perderíamos esos derechos y el ingreso a la docencia dependería de la decisión subjetiva de quien nos emplea.
La meritocracia necesita de ese individualismo exacerbado para atravesar y destruir el poder de lo colectivo. Es por eso que invitamos a los docentes a rebelarse contra lo que quieren hacer de nosotros, y a luchar organizadamente para mantener los derechos conquistados y la educación gratuita, lucha que debe darse siempre en términos colectivos pues allí radica nuestra fuerza.